A medida que ascendemos por valles y faldas de montaña la presión
atmosférica se hace menor.
Y junto a ella, desciende también la presión del oxígeno disponible en el
aire que respiramos.
Para podernos adaptar a esa situación, cuando la altitud es elevada y
permanecemos tiempo suficiente, por lo general, a partir de unas tres semanas,
el organismo tiene ciertos “trucos”.
Uno de ellos es respirar más litros de aire cada minuto, con lo que intenta
compensar la pobreza en oxígeno del que dispone.
Otra de las reacciones es aumentar el ritmo cardiaco, que de unas 60
pulsaciones por minuto en reposo, a nivel del mar, puede pasar a unos 75-80
latidos por minuto, también en reposo, pero a 5.300 metros de altitud (Campo
Base del Everest).
Esas adaptaciones son llamadas “agudas”. Se producen rápidamente, pero
gastan mucha energía para mantenerse durante las 24 horas del día.
En cambio, si le damos tiempo, el cuerpo va poniendo en marcha adaptaciones
más sofisticadas y económicas, una de las cuales consiste en producir más
glóbulos rojos.
Es una forma de contar con más hemoglobina. Sustancia de su interior que es
capaz de captar oxígeno en los pulmones y liberarlo en los tejidos del cuerpo.
De esa forma, la sangre es capaz de transportar más oxígeno por cada
mililitro.
Eso sí: hay un metal imprescindible para conseguirlo: el hierro.
Dado que, además, las mujeres en edad fértil perdéis algo de hierro durante
la menstruación, un consejo en caso de acudir a expediciones es hacerse un
análisis de sangre previo y estudiar si es preciso tomar suplementos de hierro
antes del viaje a la alta montaña.
En las imágenes, la hemoglobina, en la que hemos remarcado el hierro que
contiene, y las hermanas Mireia y Silvia Trigueros: Ser mujer en edad fértil,
fondista y montañera son tres motivos para necesitar más hierro en la dieta.
(¡Gracias por cederme las fotos!)